Mi Jardín

Me gusta ver mi corazón como un jardín que se debe cuidar. Requiere regarlo y sacar la maleza para mantener todo con vida. He estado viendo a Dios trabajar duro y con mucha paciencia en mi jardín. Mientras lo dejo trabajar me doy cuenta que cuida desde lo más profundo hasta lo más superficial. Lo que no sirve lo arranca con todo y raíz y lo que vale la pena hacer crecer, lo riega hasta que florece.

Hay una raíz en específico que me dolió mucho que fuera arrancada, pero era tan necesario que la sacara de mi jardín. Se llama resentimiento y no me dejaba amar ni sentirme amada. Un día, mientras escuchaba una canción que dice “guíame en tu amor hacia otros”, supe que algo andaba mal. No me estaba permitiendo amar, había alimentado más a la falta de perdón y eso fue secando el jardín.

Trate de auto enseñarme a perdonar, pero por más que trataba no podía. Y en ese proceso descubrí que el único repelente para el resentimiento era el amor, no había manera de perdonar sin que el amor interviniera. Primero debía creérmelo: ¡Dios me ama con un amor extravagante! Y una vez que lo haya entendido iba poder ser dirigida a otros en ese amor. No es un amor que brota de mí, es un amor que surge de parte del jardinero. Una vez que te tomas el tiempo de verlo trabajar te vas a dar cuenta de la manera en la que le habla a cada plantita, como se toma el tiempo de quitar la maleza enredada sin que se dañe la flor, y que no descansa hasta verlo reverdecer, vas a querer que todos los jardines florezcan con la misma semilla que El plantó en el tuyo.

Ahora puedo perdonar porque mi jardín reproduce amor, gracias a lo que Él ha sembrado en mí. Puedo ver el potencial de cada jardín porque he visto el mío pasar de estar seco a ser abundante. Su semilla se sigue produciendo y no me duele regalarle semillitas a otros. La única razón por la que puedo dar amor es por que he recibido más de lo que merezco.